La última luz de Pinochet
- corporacion11septi
- Dec 9, 2016
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Escribir en la barra de búsqueda de Youtube “Luz Guajardo” y abrir los dos primeros resultados es suficiente para calibrar el fanatismo y las pulsiones que provocan Augusto Pinochet en ella. En ambos, se puede ver a Guajardo llevando una polera ajustada color verde y pantalones anchos militares. Se ve rubia, con frizz y despeinada mientras toma palos para golpear un edificio frente a Escuela Militar, en donde se despliega un lienzo que dice “Murió el asesino”. Su objetivo: llegar al último piso y sacar el lienzo con sus propias manos. Según ella, lo logró.
Cuando era adolescente, Luz Guajardo entró a la Escuela Premilitar de Chile, pero al salir no siguió esa ruta. Hace dos años se vino a vivir a Santiago. Antes, residía en Viña del Mar, lugar donde en reiteradas ocasiones le apedrearon la casa por ser pinochetista. Hoy trabaja en una empresa de servicios postales y tiene cuatro hijos: Diego (21), César (18), Isidora (16) y Augusto (11). “El último lleva el nombre por mi general. Para él ha sido más difícil. Una profesora del colegio, por ejemplo, le dijo que él tenía el nombre un asesino”, aclara.
–¿Y qué le dijiste a Augusto para que estuviera tranquilo?
–Primero hablé con la profesora, pero también con él. Le dije: tú tienes el nombre de un hombre que salvó a este país, y gracias a la estabilidad que dio, yo pude obtener una familia. Gracias a él estás tú y en honor a él le puse tu nombre. Por eso, nunca sientas vergüenza.
DEL DESCONOCIMIENTO A LA FANATICADA
Hace exactamente diez años, mientras el general Pinochet estaba internado en el Hospital Militar, Guajardo hacía guardia a las afueras del recinto para enterarse de primera fuente del estado de salud de Pinochet; para visitarlo, como lo hizo en su último día de vida; y para cantarle la canción “Sin tata” que tanto le gustaba a él. “Cantábamos ‘sin tata, huevón, sin padre huevón, que chucha es lo que pasa huevón’, porque le encantaba”. Eran cerca de cincuenta personas en la guarda. Pero Luz Guajardo era de las pocas que gozaba el privilegio de ser reconocida por la familia del general. Tanto, que antes de su muerte, ingresó con dos personas más a su habitación para conversar con él. “Nos dijo que estaba muy cansado, pero se veía bien. No pensamos que se iba a morir al otro día”, confiesa.
–¿Cómo pudieron formar un vínculo considerando que tú naciste en 1973?
–Casualidad. Era muy chica, tenía 16 años, y si bien admiraba a Pinochet, no lo conocía en persona. En ese momento, la mamá de la señora Lucía, estaba hospitalizada en el Hospital Militar y yo conozco a Tatiana, hermana de la señora Lucía. Ella, recuerdo, me dijo que para distraerme de mis asuntos un rato la acompañara a ver a su mamá. Yo lo que vi fue a una abuelita muy simpática que se puso contenta cuando me vio. Estaba en eso cuando de repente veo a una señora y a un militar. En el momento les encontré cara conocida, y después vi que era el general Pinochet.
–¿Y cuándo empiezan a tener una relación más afectiva?
–Ahí se formó un vínculo. Conocerlo a él fue algo muy distinto porque a pesar de que mi familia más cercana era de derecha, siempre lo fue con miedo. No querían que los vecinos se enteraran que eran pinochetistas y yo no era así. De hecho, vecinos mios que les daban café a los militares cuando salían a las calles, después decían que Pinochet era un asesino. ¿En qué mundo vivió él y yo si estábamos ahí mismo? Ellos hablaban una historia, pero hacían otra cosa. Ahí vi que algo estaba mal y no cuadraba. Fue, entonces, cuando me volví más firme en lo que pensaba.
Cuando el general Pinochet fue detenido en Londres el 10 de octubre de 1998, Luz Guajardo y sus secuaces fueron los primeros en llegar. Desde entonces, la relación entre ella y la familia Pinochet se hizo aún más estrecha. “La señora Lucía estaba tan contenta, y él muy deprimido. Era un anciano que quería ver a sus nietos, que tuvo que aprender a usar la tecnología a los 90 años para poder comunicarse con ellos. Ni siquiera manejaba el idioma”, dice Guajardo. Esa vez, asegura, pensaron que moriría.

–Y el día en que efectivamente murió, ¿cómo lo recuerdas?
–Antes, estuvimos diez días fuera del hospital donde la sala de operaciones era una van que tenía yo. Y la verdad es que fue un momento indescriptible porque fue una sensación de miedo, de tristeza, de temor. Curiosamente, él generaba una situación de protección estando con nosotros, independiente de que fuera comandante en jefe del ejército. Cuando él estaba, teníamos una sensación de protección y de que las cosas iban a estar bien, que no iban a pasar más allá. Fue triste porque el día anterior compartimos con él, lo vimos muy bien. Él estaba contento porque nosotros a las cinco de la mañana siempre le cantábamos canciones que le gustaban antes que encendieran las calderas del hospital. Él podía escuchar nuestros gritos.
–¿Ustedes pudieron ingresar al Hospital Militar?
–Entramos tres personas. Entramos los que más recordaba él. Alguien directo nos hizo entrar y fue lindo, lo vimos bien, muy lúcido y pensamos que él se iba a la casa. Jamás pensamos que al otro día iba a pasar esto.
–¿Él manifestó en un momento el deseo de querer morir?
–Él estaba cansado. Sabía que le quedaba poco. Tenía esa sensación de querer irse. Nosotros le decíamos: no poh, general, usted tiene para mucho rato y no nos puede dejar solos. Pero él siempre decía: ya me queda poco. Toda la presión mediática de todo lo que se dijo de él también le afectó. Los medios hablaban de un hombre del año 1973, cosas que él enfrentaba con más de 90 años. Era inhumano.
–¿Y qué decía él sobre el supuesto hostigamiento mediático?
–Lo conversamos varias veces. Poco antes de que muriera, en otra oportunidad en que estuvo internado, entré a verlo y lo único que me dijo fue: dígale a mi gente que yo nunca me he robado un peso de nadie. Con una voz que, además, poco se le entendía. Eso me quedó marcado, porque en el fondo, aunque quizá no lo decía para proteger a la señora Lucía, él siempre estuvo muy preocupado de lo que pensaba la gente de él.
–¿Qué te puso tan violenta el día de la muerte de Pinochet?
–Yo fui una de las primeras personas que entró a verlo. Cuando lo vi en el cajón pensé que definitivamente era el final. Era la misma persona, pero estaba a través de un vidrio. Eso fue impactante. Me despedí, le di un beso, salí, estaba conversando con algunos periodistas y en el edificio de enfrente, había un lienzo enorme que decía Murió el asesino. Me enojé, golpeé todo -también a Juan Emilio Cheyre por traidor- y subí a sacar ese cartel. No entendía, además, por qué gente que nunca iba a verlo, se hizo presente. Golpeando y golpeando, conseguí mi objetivo y saqué el lienzo de arriba. Me sentí feliz.

–¿Lo volverías a hacer?
–Sí. Me da lo mismo que me hayan detenido y que me haya herido con el vidrio, porque lo que hice significó que no molestaran más a las personas que iban pasando. Cuando dijeron que el general había muerto, se llenó de personas. Yo pensé: ¿a qué vienen ahora si él ya no los vi y no los escucha? Éramos nosotros, unos pocos, lo que estuvimos siempre ahí.
MISA EN LOS BOLDOS
Pocos años después de la muerte de Pinochet, Luz Guajardo recibió una billetera de regalo. Era del general. “La señora Lucía me la regaló. Eso para mí fue un gesto que no olvidaré nunca. Me dijo: nadie más que tú puede tener esto y cuidarlo”. La billetera fue la que dejó de usar poco antes de morir y donde todavía están marcas sus tarjetas, fotos y tarjetas. “Tiene sus iniciales, también. A través de ella lo recuerdo mucho, le hablo, le converso. Lo extraño. Lo extraño mucho”.
Cuando murió Fidel Castro, Luz Guajardo no se aguantó. Inmediatamente entró a Twitter y escribió: “Fuiste y seras un maldito tirano dictador, gracias por dejar de existir y traerle un poco de paz a tu pueblo…”. Aquel fallecimiento le recordó lo que ocurrió en Chile cuando murió Pinochet: “Cuando se fue Castro le escuché a políticos decir que ha sido uno de los mejores gobernantes que ha tenido Cuba. Pero cuando murió Pinochet, esos mismos, lo trataron de asesinos. Yo voy a reivindicar eso”.
–¿Pinochet le comentó en alguna oportunidad qué le pasaba con las críticas, con que estuviera pasando un juicio, con que se destaparan sus negocios?
–Claro que sí. Él era un hombre viejo. Lo que le podría afectar a un hombre normal de una edad dentro de los 50 años, no es lo mismo que un anciano de 90 años. Ellos vuelven a ser niños al final. Él, obviamente, sintió desprotección, preocupación y yo creo que por su afán de proteger siempre a la señora Lucía, él no demostró más de lo que a él le pasaba. Cuando detuvieron a su familia para él fue un golpe muy fuerte. Su esposa estaba detenida, la mujer que lo acompañó toda su vida. Se ensañaron con él. Me dolió que el gobierno no le haya rendido honores como jefe de Estado. Eso fue faltarle el respeto a la mitad de Chile.
–¿Lucía Hiriart debería sacar la voz respecto a los negocios que se han expuesto, por Cema Chile y por la publicación del monto de pensión que recibe, que asciende los 2 millones y medio?
–Me gustaría que lo hiciera. Ella es una mujer muy inteligente, es una mujer que tiene sus capacidades mentales completamente bien. Solo le cuesta mucho el movimiento físico. Ella está muy deteriorada, pero ojalá en sus momentos de soledad escriba o deje algún legado para nosotros. Hay muchas que solo ella sabe del general. El problema es que nadie se preocupa de ellos. Los políticos traicionaron al general. A la señora Lucía con las platas le va a pasar lo mismo que al general: al final, se descubre que la plata que tienen es un monto mucho menor, pero eso no va a salir en ninguna parte.
–¿Todos? Iván Moreira lo saludó para su cumpleaños a través de Twitter.
–José Antonio Kast es el único que ha estado preocupado de reunirse con todos los familiares de las personas de Punta Peuco con los hijos y los familiares a lo largo de todo Chile. Nadie más lo ha hecho. Solo he visto que tienen el descaro de tratar a Fidel Castro de salvador y que a Pinochet lo tratan como a un cualquiera.
–¿Para ti Fidel Castro es un dictador?
–Violó siempre los derechos humanos de su país. Tanto así que las personas preferían irse en balsa y ser comidas por tiburones que vivir en Cuba. De eso no me cabe la menor duda. Él fue un dictador que le entregó el poder a su hermano, ni siquiera hizo elecciones. Pero, claro, es un salvador de Cuba. Entonces tú no entiendes. Pinochet estuvo en el poder un largo tiempo y después entregó un poder, pero a él sí lo llaman dictador.
–¿Y qué hay con Augusto Pinochet y las violaciones a los Derechos Humanos?
–Nosotros tenemos por nuestro lado muertos que también fueron asesinados. Aquí estábamos ad portas de una guerra civil. Los militares nuestros no murieron de abrazos, murieron por balas. Nosotros también tenemos huérfanos y viudas que nunca se han pagado una foto de 30 pesos para salir a pedir justicia. La han vivido dignamente. Yo no puedo creer que haya habido una asociación ilícita para asesinar al presidente de la República y que el que haya dado la orden, Jorge Teillier, lo tengamos como diputado hoy día. Nosotros, en cambio, tenemos a militares que cumplieron con su deber de defender a la patria que hoy tienen más de 90 años y están presos. Todavía, además, molestan a la señora Lucía. Ella está muy anciana para esto.
–¿Cómo celebrarán el cumpleaños de Lucía Hiriart y recordarán los diez años de la muerte de Pinochet?
–El sábado 10 hay una misa para reflexionar con el general Pinochet. Nosotros nos vamos a dirigir a Bucalemu, Los Boldos, donde él tenía su casa para salir de Santiago y donde están sus cenizas. en la capilla, está nueve metros bajo tierra. Ella, Lucía, por lo que tengo entendido, va a estar. Es complicado, porque es su cumpleaños y a la vez el aniversario de la muerte de la persona que ella más amó.
–¿Qué le dices al general cuando vas a Los Boldos?
–Siempre le digo que lo extraño, pero también le pido que, esté donde esté, ojalá esté tranquilo. Que cuide a la señora Lucía y que a pesar de todo lo que ha pasado, ayude a que en este país se llegue a un momento de punto final. Es lo que más le pido. También le comento cosas personales y hablo con él. Es raro, porque hablo con él como si estuviera vivo. La seguridad de ahí se ríe, porque le digo cosas como: “oye, al Diego le está yendo muy bien en la Escuela".
–¿Hay seguridad todo el día?
–Claro. Es que la parroquia está muy cerca del camino. Siempre está el peligro de que le hagan algo, y eso sería muy triste. De hecho, el general no se quería cremar, él se cremó para que su familia estuviera tranquila, pero él quería estar en el mausoleo de su familia, pero ese lugar lo atacaron para el 11 de septiembre.
–Se han intentado hacer partidos políticos para obrar en política, como él lo habría hecho en el cuerpo militar. ¿Estás pensando en algo similar?
–Sí. Habrá que formar alguna ONG u organización para que esto no termine ahí. Pero ya va a ser más difícil porque no está la imagen ni nadie que recuerde esa imagen de nuestro general. Terminándose ella, no hay más. Hacer fundaciones y organizaciones es difícil. Yo solo puedo quedarme con mi lucha y con que le prometo al general, siempre, y a la señora Lucía que pase lo que pase, y aunque me queme las manos, voy a ser pinochetista por siempre. Nací fiel y moriré recordando su legado.
–¿Tienen planeado qué es lo que harán cuando Lucía Hiriart se muera?
–Me imagino que los inconsecuentes que exigen derechos humanos y respeto van a salir a celebrar. Nosotros trataremos de acompañar a la familia. Ella tuvo una caída hace poco en la que se fracturó la cadera y luego se volvió a caer, provocándole otra fractura. Eso la tuvo complicada, pero es lo normal de una persona de la edad de ella, no se le puede pedir más. Ojalá ella pueda descansar pronto, que se reúna con el general y que esto ya termine, aunque tengo claro que mientras exista alguien con apellido Pinochet no se van a quedar tranquilos nunca.
–¿Y qué impresión tiene la familia sobre la eventual muerte de Lucía Hiriart?
–El sentimiento general es que descanse. Es la mujer que el general eligió, la que él amó, su compañera y la que históricamente hasta hoy está defendiéndolo. Es lo único que nos queda de él, pero su familia y nosotros también queremos que descanse. El problema es que con ella muere todo. No quedará nada más de esa época en que eran gobierno. Muriéndose ella, con toda la pena que me da, esto se acaba.
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